jueves, 6 de septiembre de 2012

Propone Fernando Belaunzarán cambios en el formato del Informe Presidencial


Cada primero de septiembre, desde hace cinco años, se reúne el Congreso General --la máxima expresión del Poder Legislativo-- con el único objeto de servir de oficialía de partes al mensajero del presidente de la República. Lo acabamos de vivir.

El Poder Ejecutivo, nos dice el artículo 80, es unipersonal. Se deposita únicamente en su titular. Sin embargo, éste se da el lujo incluso de enviarnos a un propio. Se llevaron el show, pero eso sí, nos dejaron el boato.

Las dudas que se desprenden son obvias. Este Congreso, ninguneado de inicio, ¿está en  condiciones de hacer las grandes reformas y transformaciones que requiere México? ¿Podrá darle un nuevo diseño institucional a la República? ¿Tendrá los tamaños para enfrentar a los poderes fácticos y ponerle coto a los monopolios? ¿Podrá vigilar al Poder Ejecutivo, cuidar sus excesos y tener con él una relación republicana?

Nuestra apuesta es que sí; que el Congreso mexicano estará a la altura de las circunstancias. Pero para que eso ocurra hay que darle su lugar y su preeminencia al Poder Legislativo; y, en el asunto del informe, como en muchos otros, la forma, vaya que es fondo.

Por supuesto que no vengo a abogar por el antiguo formato de la presidencia imperial, al contrario; pero justo es decir que pasamos del suntuoso ceremonial hecho a la medida de la megalomanía sexenal en turno, al trámite burocrático frío, gris, inocuo, con sello de recibido.

La rendición de cuentas brilla por su ausencia. Ya no es el día del presidente, es verdad; ahora éste se da uno o dos días después con la misma cadena nacional de antaño, pero ahora el Ejecutivo no se tiene que esforzar para no ver ni oír a sus opositores. El auditorio es de amigos selectos. Un escenario inmejorable para el monólogo autocomplaciente.

Si lo que se buscaba era terminar con la subordinación de un poder a otro, el remedio salió peor que la enfermedad.

La solución no era y no es reducir el perfil del encuentro entre poderes hasta hacerlo frívolo y pueril, sino que ésta sea una reunión republicana con un diálogo cercano y directo que permita a los representantes populares y ciudadanos, informarse realmente del estado que guarda la nación.

En muchos países democráticos es práctica común que el titular del Ejecutivo, el presidente, responsa a preguntas e incluso debata con los legisladores y lo hace porque así cumple con su responsabilidad de rendir cuentas ante la representación popular. Exactamente lo que ahora no tenemos.

Como es del dominio público, a muchos mexicanos nos disgustó el fallo del Tribunal Electoral y estamos convencidos de que no cumplió cabalmente con su responsabilidad; pero eso no obsta para que le pidamos cuentas a quien encabeza el Poder Ejecutivo por las políticas implementadas y por los recursos públicos utilizados.

Esa es nuestra responsabilidad de todos y por supuesto del Congreso como órgano o instancia del poder de la república; ejerzamos esa responsabilidad, esa facultad, a plenitud.

La reforma que se propone es sencilla pero trascendente. Se establece que el titular del Ejecutivo acuda al Congreso General, escuche las intervenciones de los grupos parlamentarios, exponga el estado que guarda la nación y los resultados de su administración y luego conteste las preguntas de los legisladores. Sería, si la reforma es aprobada, la Ley del Congreso la que regule el procedimiento.

Nada del otro mundo, apenas un paso hacia una nueva y necesaria concepción democrática de las instituciones del Estado y de la relación entre poderes. Pero un paso al fin que vale la pena dar.

Sin embargo estoy enterado de las resistencias a avanzar en esa dirección. El problema en el fondo es que algunos, contra toda evidencia, se rehúsan  a aceptar que el presidencialismo mexicano está desahuciado, a pesar de que sus estertores son inocultables, sueñan con la restauración del viejo régimen.

Y aunque es verdad que se impuso o mejor dicho nos impusieron al candidato de la restauración, lo cierto es que llegará en un escenario muy diferente al que pensaba.

En lugar de la amplia mayoría que tanto pregonaba y anunciaba y que ponía como eje esencial de la gobernabilidad en el país, la sociedad volvió a expresar su pluralidad. Desde 1997 ningún partido tiene la mayoría en las Cámaras. Ya es hora de que todos lo aceptemos como una realidad no sólo inevitable, sino saludable.

El camino de la regresión está cerrado y sería un despropósito seguir como estamos, con las evidentes disfuncionalidades de nuestro sistema político.

El camino abierto es el de la democracia, algo que por cierto habrá que explicarles a algunos gobernadores.

Los conmino a que recuperemos la vía de la transición que durante la alternancia lamentablemente se perdió. Para eso hay que darle su lugar y estatura al Poder Legislativo.

Espero que quien antes defendió la autonomía y jerarquía del Congreso, no vaya a querer ahora achicarlo porque la presidencia cambio de color. Ya nos ha sucedido.

Los invito a que hagamos del Poder Legislativo el gran motor de los cambios en el país. Eso está en nuestras manos. De ello aspiro a convencerlos.

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